miércoles, 17 de agosto de 2016

Día 13. 7 de agosto. Puerto Villarroel/Río Ichilo

Se despierta el día con una intensa lluvia que va aflojando a veces, como un acordeón. Recuerdos de nuestra Cantabria verde intensa y sabor a húmedo. La lluvia y el frescor nos estimula a la vez que parece que despierta la timidez de los mosquitos. La lluvia aquí es como una cortina de agua a fina y delicada, es agradable mojarse y seca rápido, aún así es conveniente llevar algo seco de recambio.


Partimos a las nueve y media canino al rio Ichilo, sabemos que allí está nublado pero que no llueve. Esperamos que si lo hace no sea de forma tan intensa que impida la navegación.

Paramos en Sinaota, conocida en los años 80 por el tráfico de estupefacientes. Ahora es más una ciudad de mucha actividad comercial. Comparamos frutas, un buen racimo de guineos (plátanos pequeños), que nos acompañó el resto del viaje. Que buenos.

En Bolivia una familia puede cultivar 1600 metros cuadrados de coca, más es ilegal. Según el gobierno toda esta producción es para consumo interno y usos tradicionales, como hacer mate, masticar coca o hacer alcohol. Para los campesinos no muchas alternativas. Con la coca tienen 4 cosechas al año y las tienen vendidas. No es su problema destinos no legales. Producen y venden. (Hay una nota con referencias al tema de la coca al final de la entrada del día 11, 5 de agosto)
Ha dejado de llover. llegamos a la población de Chimore. Esta es una población netamente agrícola. En el Chapare, sus habitantes no son originarios. Los indígenas se vieron desplazados a la selva con la llegada de los colonos de los valles. Con la caída de la minería, hubo mucha inmigración y el gobierno facilitó tierras. Los pueblos indígenas que mantienen sus tradiciones ancestrales, están a más de seis días de viaje y se requieren permisos para acceder a ellos. Y tampoco tenemos ganas de molestar con nuestras cámaras de fotos.

En las paradas, peajes y controles, mujeres venden frutas y otras cosas. Ana compra para que lo probemos, una bolsa de plátano frito salado y otro dulce. Resultan riquísimos. El salado es como comer patatas fritas, el dulce sabe más a plátano. Por el camino vemos bastante vacas.
Llegamos a Puerto Villarroel. El ambiente es de pequeño pueblo de ribera. El río Ichilo es que da al pueblo el nombre de puerto. Este río es afluente del Mamoré, que a su vez lo es del Amazonas.

Vamos al restaurante a comer, nos tienen preparada la mesa en la terraza. Dentro están poniendo las Olimpiadas. Comemos pacu o surubí (ya habíamos elegido la noche anterior). Como siempre bien acompañado a base de arroz blanco, yuca, plátano frito y papas (como se puede ver comer siempre da alegría).
El plato, a las 12 de la mañana es brutal. Pero ya nos hemos acostumbrado. Me cuenta Nelson, el conductor, que esta zona es muy habitual para venir a pescar. Acampan a orillas del río y están acampados, dos o tres días pescando.
Terminamos de comer y vamos al puerto. Bueno a lo que debería ser un puerto pero no es tal. Hay un importante desnivel hasta el agua que salva una escalera de madera bastante empinada. Han hecho un muro de cemento para las crecidas del río que hay que salvar. Tampoco hay amarres ni nada parecido. Las barcas pequeñas amarran en los piedras en la orilla. Las grandes pasan los cabos por encima del muro.
Nos subimos en una especie de barca de paseo turística, pero con un encanto muy especial, toda pintada de distintos tonos de azul y amarillo. Se nota que lleva ya años dando vueltas por el río. Es curioso, el timón a la derecha de la barca pero como en un módulo separado. Es solo para nosotros. Le pregunto a Ariel y me aclara que ambas partes se separan, de forma que se puede acoplar la parte del timón a un barco de transporte u otro tipo. Todo en general da impresión de fragilidad.
Subimos y empezamos a navegar. En estos momentos la anchura del río es mayor que el ebro a su paso por Zaragoza. Impresiona solo pensar como será en época de lluvias, con todo su caudal. Parece que aquí los ríos son muy anchos pero no tan profundos. El ayudante del piloto mete un palo en el agua para marcarnos la profundidad. No tiene más de dos metros en el centro del río. Ana parece que tiene claro donde vamos.  

Al subirnos hay música tipo reggaeton, la aguantamos un rato, luego le pedimos que la quite. Ariel nos dice que quiere celebrar su cumpleaños en una barca así para bailar por el río. A mi me parece que de escuchar algo, en este momento me gustaría música clásica.

Avanzamos como una hora. Maravillados por la anchura del río y del cauce y por la exuberancia, de la vegetación en las orillas: De tanto en tanto, en las recodos, hay zonas de arena tipo playas, que como él caudal esta bajo, son grandes. Estos arenales cambian de forma y posición según la fuerza de corriente y el caudal.
Durante el recorrido vamos viendo pescadores en las orillas, muchos de ellos niños y barcas cargadas de plátanos destino a puerto Villarroel. También barcas alargadas de pescadores que van y vienen. La zona está ya muy esquilmada y los pescadores tiene ir más lejos para lograr más pescado. Todos nos saludan o responden a nuestro saludo. Muchas de las barcas están hechas de una sola pieza, vaciando un tronco de árbol.
También vernos águilas, buitres, cormoranes y otras especies de aves, durante todo el trayecto. En la zona también hay delfines. Al estar el nivel de agua tan bajo deben de estar más hacia el Amazonas.

Vamos a visitar una comunidad. Atracamos en una zona de barro. El ayudante del piloto se baja mientras salen unos perros ladrando. Se ayuda de un palo como posible defensa. Al cabo de un rato, deciden que no hay nadie, ya que hubieran salido con el jaleo de los perros y nos vamos a visitar otra comunidad. Retrocedemos por el río como un kilómetro para visitar la otra comunidad.
Yacuare Tacuaral, aquí no nos reciben perros. Salvamos el desnivel de barro endurecido y arriba nos espera una vegetación densa. Pequeños claros alojan construcciones de madera.



El piloto del barco, que nos acompaña, nos muestra una planta con un intenso aroma a limón y vemos un nido de abejas del que nos alerta de su alto poder venenoso.
 El poblado se compone de casas, abiertas, en general por las paredes y elevadas sobre el suelo. Estas desperdigadas en un área grande. Como la vegetación es densa no sé aprecia bien. Esta vacío. Al ser domingo las comunidades se desplazan a la ciudad para comerciar, cambiar sus productos por otros necesarios y que ellos no producen.
Una de las condiciones que visitamos es la escuela. El suelo esta muy roto, esta cubierto por una pizza mesas y sillas. Según se ve en una pizarra hay ocho niños escolarizados en este momento.

Hay muchas comunidades de este tipo en Bolivia, algunas a más de seis horas en barco y sin otras vías de comunicación que el río, estas bastante aisladas. Periódicamente un equipo médico las va recorriendo para mostrar su situación sanitaria, vacunando y demás.

Dejamos el poblado y navegamos un rato más hasta un arenal donde hacemos una pausa. Bajamos a la playa. El capitán pone música en el barco. En la playa bailamos, el que sabe, ritmos bolivianos. Hernan y Ana se lucen, claro.


Sacan una mesa del barco con cervezas y jugos de copuazú y papaya. De comer, empanada de queso con masa de arroz y cuñapés (son redondos de trigo). Los dos tipos rellenos de queso. Están buenas de sabor pero son demasiado compactas y consistentes para mi gusto. Nos hemos acostumbrado a no decir no a las cosas de comer. A mi me cuesta comer media de cada clase. Algunos se ponen morados.

Hernán ha cogido cañas de la playa, las ha cortado con la navaja y las ha sacado punta. Para hacer espetos, en Madrid dice. Estas cañas están un poco húmedas y no se rompen tanto.

De vuelta al barco, retornamos hacia el puerto. Seguimos viendo pescadores. El sol empieza a estar cerca del horizonte y nos guía por nuestra derecha con una luz dorada preciosa. No podemos resistir la tentación de hacer unas fotos de la puesta de sol.
Desembarcamos y subimos al bus. Esta anocheciendo. A pesar del mal estado de la carretera nos dormimos todos. Me despierto y escribo esto. Los pueblos que atravesamos están muy animados. La gente en la calle, en las terrazas comiendo y bebiendo.

Llegamos al hotel. Ha sido un día largo y bonito. Conocer el río Ichilo y la forma de vida de esta zona ha sido muy interesante. Las dimensiones de los ríos y la inmensidad y aislamiento de las comunidades de la selva. Un muy muy pequeño acercamiento.

8:15 a cenar... Pedimos cosas variadas, pollo empanado, salchipapas, pollo frito, tulipanes fritos (son como alitas de pollo).... ah, Sandro y yo una sopa de pollo con pasta, de la que comía una familia de cinco miembros una semana, debía llevar al menos tres pollos dentro. Así, del segundo, a mi me sobró medio. Menos mal que el conductor, Nelson, tiene un apetito de récord guiness.

Charlamos de muchas cosas, las similitudes y diferencias de acá y de allá. Nelson dice que tiene unos primos o tíos en Villaricos, vaya casualidad, es el pequeño pueblo donde Santi y Susana tienen su casa de verano. Nelson lo llama Villa Ricos.

Después de la cena los dos Ariel se han despedido. Buena gente. Ariel el guía muy profesional, atento a todo, resolviendo cualquier problema, el otro, estudiante de turismo en prácticas, colaborando y ayudando, muy majo.

Después de la cena montamos una sobremesa a base de chuflai. Cada día está más rico. Tendremos que comprar una botellita para llevar en Santa Cruz. Ya hacemos cuentas de lo poco que queda, estamos en la recta final de este intenso viaje. Salud ¡¡¡

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