lunes, 15 de agosto de 2016

Día 8. 2 de agosto. Uyuni/Volcán Tunupa/Chantai

Partimos temprano cruzando el salar hacia el volcán Tunupa, de repente el conductor sale de la marca de rodadura por la izquierda y después de dos kilómetros llegamos a la zona de explotación del salar para construcción. Hoy no hay gente trabajando porque es el Día del Indio.


Vemos un skate park al lado de esta zona. Sitio extraño. Lo habrán hecho para alguna competición patrocinada o para algún anuncio.
En la zona de explotación se observa la forma de extraer los bloques de sal. Los cortan con máquinas, tipo radial, y los extraen. Nos cuenta Hernán, que la elaboración es bastante más fácil que los bloques de adobe, que requieren más elaboración. Aquí es cortar la sal y extraer. Listo para construir. La unión entre bloques se hace creando una pasta con sal. Tampoco se ve una explotación muy extensiva. Es un área muy pequeña. Hay otras zonas de explotación en el salar.

Después de ver la explotación nos subimos en los todoterreno y vamos al volcán. Su imponente perfil se va aclarado con nitidez según nos acercamos. Desde lejos se aprecia una cresta de piedra que sobresale en el horizonte. Es el Tunupa. El coche retoma la marcha. Después de más de 100 kilómetros salimos del salar. Un arco de piedra nos da la bienvenida a Coqueza. Casas de adobe desperdigadas. según la wikipedia aquí viven 17 familias. Aparcamos en una especie de plaza donde entra el conductor a comprar los pases. Aprovechamos, como no, para hacer más fotos del salar y hacer pis. Los aseos están mantenidos y una señora nos pide los pases, le decimos que más tarde se los damos y entramos.
Nos montamos en los coches, el conductor del coche blanco se detiene para enseñar los pases a la señora de los aseos y les adelantamos (vaya, por una vez que iban delante). Llegamos a un aparcamiento, en quechua llamado aparcadero vehicular (es broma), nos bajamos y andamos unos trecientos metros hasta las momias del cementerio de Chulas.

Aquí nos explica un guía local el enterramiento de alrededor del año 1.300. Se pueden ver perfectamente las momias. Se pueden ver tres adultos y en un espacio se ven tres niños pequeños. No está claro el motivo del fallecimiento.
Desde aquí el conductor nos acompaña al camino de subida al volcán. Quedamos en subir al mirador 1, a 2,2 kilómetros. Pensamos si subir al 2, pero son 4 kilómetros más y no da tiempo. Además, como luego comprobaremos el desnivel es importante.
Comenzamos todos la subida con frecuentes paradas a respirar, se nota la falta de oxígeno y la cuesta es pronunciada. Se van produciendo bajas, Sofía, que aún está recuperándose, se queda en el atajo de vuelta al aparcadero. Los demás seguimos. A trescientos metros, otro grupo decide parar. Más adelante, Sandro con Alex y los Álvaros han toman cierta distancia con el resto.
Del grupo de atrás sólo seguimos Lourdes y yo. Sin agua. Poco a poco, pasos cortos y descansando de vez en cuando vamos avanzando, casi sin fuerzas de disfrutar de este paisaje sobrecogedor y único. De vez en cuando, llamas pastando. Es la única explotación que se aprecia, aparte de la quinoa, que se cultiva a partir de 2.500 metros de altitud. La quinoa es un alimento muy completo y de fácil digestión. Sus granos se utiliza para hacer harinas o se usan cocidos, o fermentados para hacer cerveza o chicha, bebida tradicional de los Andes.
Cuando logramos contacto visual con el grupo de cabecera, Lourdes les grita agua, nos oyen y nos dejan una botella medio vacía (o medio llena) sobre unas piedras. Llegamos al agua y damos unos pequeños sorbos para economizarla y continuamos. Cada vez la respiración es más fatigosa y las piernas pesan más. El corazón a tope. Notó las pulsaciones en las sienes y la nuca. Vemos al grupo que ya han llegado al mirador y nos damos ánimos. En unos minutos llegamos y disfrutamos de las magníficas vistas del cráter y del salar.
Nos hacemos unas fotos y colocamos una piedra como contribución a la montaña del esfuerzo. 4.350 metros de altitud. Nunca ninguno habíamos subido tanto haciendo trecking. Más de una hora de subida, 2,2 kilómetros, sobre 450 metros de desnivel.
Nos cruzamos con un grupo de franceses que bajaban. Luego les encontramos abajo. Uno de ellos bajó haciendo parapente. Comenzamos la bajada casi sin tiempo de recuperarnos, los chicos bajan a toda pastilla casi corriendo. Los tres mayores a nuestro ritmo. En media hora llegamos al atajo, pero por algún motivo nos salimos del camino, y nos alejamos ligeramente del aparcamiento. Nos vemos obligados a cruzar un muro de piedra, cruzo yo, al cruzar Sandro se mueven las piedras, y vemos que es mejor tirar las piedras que se mueven abajo. Son muros hechos con una sola fila de piedras, algo endeble, deleznable, que dirían aquí. Llegamos al coche y nos espera el conductor y los chicos. En otro coche ha bajado ya y nos esperan para comer.
Llegamos abajo y han preparado un pic-nic en un hostal del pueblo. Ensaladas, pollo empanado, quinoa, pasta, ensaladilla...y macedonia de frutas de postre. Del esfuerzo nos resulta todo riquísimo. El pic-nic lo han preparado los conductores. Esta muy currado, con manteles y todo. Ah, lo olvidaba, primero una cervecita fresquita.
Después de comer damos un pequeño paseo hasta la entrada del pueblo. Un grupo de niños de diferentes edades con un radiocasette práctica bailes y desfiles. Hay una zona de agua dulce, que baja de las montañas y que separa el salar de Coqueza. En esta zona hay flamencos. Al otro lado una manada de llamas. Hacemos fotos mientras acercan los coches y nos vamos. En el trayecto la mayoría nos dormimos.



Continuamos nuetro camino cansados por la marcha realizada. Paramos en una zona del salar absolutamente virgen, no se ve nada en el horizonte, más que está vasta extensión de sal. Y nos ponemos a hacer fotos de estas que engañan con la perspectiva. Nos echamos unas risas.

Se aprecian con toda claridad las marcas de la cristalización superficial de la sal. En la época de lluvias, puede acumularse una capa de 20 centímetros de agua sobre la superficie al desecarse, mezclado con la sal, que cristaliza realizando dibujos geométricos.
Posteriormente vamos camino a los ojos del salar. Es una zona, no muy grande, en la que hay emanaciones de agua burbujeante. Parece ser que son gases que vienen desde el volcán. El agua está fría.
Eduardo, el conductor, llena un bidón de agua. Dice es bueno para el reuma y dolores de espalda y articulaciones. Como no nos cabe el bidón en la maleta para aprovecharnos de sus virtudes en Madrid nos quedaremos con ganas de probarlo.
Desde aquí y para finalizar y despedirnos del salar vamos a los montículos de sal. El sitio donde extraen la sal para consumo. Aquí esperamos la puesta de sol, haciendo fotos a discreción. Al caer el sol, la temperatura desciende rápidamente, según Ana, aún no se ha puesto el sol del todo y estamos a -2 grados. Con este descenso nos pilla desprevenidos y nos quedamos fríos, hay que ponerse el abrigo rápidamente.
Volvemos al hotel antes de que anochezca por completo. Ha sido un día intenso, como lo son los paisajes que no paran de deslumbrarnos.

La cena es a las 8. Tenemos un poco más de una hora para darnos una ducha y descansar. La cena nos resulta exquisita. Una sopita de maíz reconfortante y deliciosa, quinoa, ensaladas...y una trucha con salsa de alcaparras y mantequilla riquísima, que está preparando sobre la marcha un cocinero en una plancha. Había cola. Todos esperando la trucha. Ana no sé encuentra bien y se retira antes de terminar de cenar. Parece que le duele la garganta. A ver si mañana esta recuperada.

Después de cenar, los más jóvenes se fueron a jugar al billar y los mayores a tomar un mate y a ver las estrellas en el mirador de arriba. Una maravilla ver la vía Láctea y constelaciones desconocidas. Gracias a una app para móvil de Santi, tenemos localizadas la Cruz del sur y Marte.

Después de ver a los más jóvenes jugar al billar nos vamos retirando. Cansancio y satisfacción. Mañana a La Paz y Cochabamba.

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